21 abril 2006

La Deuda Insoslayable

Uno de las características más destacadas durante el primer mes de gobierno de Michelle Bachelet ha sido en el énfasis en la agenda social. Como la desigualdad imperante en Chile fue el principal tema de campaña, la actual presidenta ha anunciado medidas que supuestamente reducirán la brecha de ingresos y oportunidades que existe en el país. Entre el mísero aumento de las pensiones y el resto de los anuncios, se olvida que el presidente saliente, Ricardo Lagos, prometió en 1999 en su campaña hacia La Moneda que lograría una mayor equidad en nuestro país.

Lo cierto es que Lagos incumplió esa promesa y deja a Chile como la undécima economía más desigual del mundo. Su enorme popularidad, construida bajo una hábil estrategia comunicacional caracterizada por los sofismas y la frase rimbombante, no podrá ocultar la gran deuda de su mandato, pues en seis años la diferencia entre los sectores más ricos de la población y los más pobres se ha acrecentado. Si en 1990, el 5% más acaudalado de los chilenos recibía ingresos 110 veces superiores a los del 5% más desposeído, hacia el año 2000 esa brecha se duplicó llegando a las 220 veces.

http://www.lainsignia.org/2006/abril/ibe_055.htm

Dias Oscuros....

Lo que ahora escribo lo hago con mucho dolor.

En este preciso momento, que en Santiago son las 8:35 de la mañana, hace 21 años llegaba al colegio, como todos los días, y vi a mi a papá recibiendo a los niños, pues era el inspector del colegio. Conversaba con José Manuel Parada, sociólogo de la Vicaría de Solidaridad, antiguo camarada de la época de la Jota, y apoderado del colegio. Llegué y nos saludamos de beso. Me llevó un momento a un lado y me contó que habían secuestrado a un grupo de profesores de su asociación gremial, la AGECH, de la cual era dirigente, y que los aprehensores habían preguntado por él.

Me quedé atónito mirándolo. Tenía catorce años pero eso ya era edad suficiente como para tener la lógica mínima de que si te buscan, estábamos en pleno estado de sitio, escóndete, ándate del país, qué haces aquí a las puertas de este colegio, a plena luz del día, te van tomar!!!! Se lo plantié, y él, muy pausado y mirando con una ternura infinita a los ojos, me tomó las manos y me dijo que no, que éste era su trabajo, éste era su país, que él ya se había ido una vez y no lo volvería a hacer, que su lugar era junto al pueblo y su lucha para terminar con la dictadura. Buscando argumentos nuevos, que pudieran hacerlo cambiar de opinión, le pregunté si el Partido le había autorizado para irse del país, que en ese caso hiciera caso. Paciente, se sonrió, y me dijo que pasara lo que pasara jamás culpara al Partido. Que tranquilo, ya veremos cómo salimos de ésta.

Lo último que me preguntó es acerca de la Gigi, que es mi abuela materna, una mujer muy sencilla que perdió cuando muy pequeñita a sus padres en el terremoto de Chillán en la primera mitad del siglo XX, y que llegó como empleada a Santiago. Ella siempre lo había acogido a mi padre, a pesar que no tenía formación política alguna, y estuvo con nosotros en todas las búsquedas el 76 por los campos de concentración, incluso detenida en el Fuerte Silva Palma, en la segunda desaparición de papá. Aquel viernes 29 de marzo, mi papá me contó que la Gigi, días después del golpe, cuando papá andaba absolutamente clandestino, sucio y hambriento, escondido tratando de reorgizar a la Jota, lo recibió en su casa, corriendo un riesgo altísimo. Le había preparado un baño y comida. Pocas veces se sintió tan acogido por casi una desconocida, por alguien que se entregaba a él por puro amor, por ser el padre de su nieto y esposo de su hija. Mi padre me contó que la tenía siempre presente, y que lamentaba no haber tenido la oportunidad de agradecérselo.

Le di un beso y me fui a clases.

Mi sala daba las espaldas a la calle. A las 8:50, que es cuando ahora escribo, oímos un helicóptero descender casi al techo del colegio. Nos miramos todos extrañados. Luego un freno de un auto, griterío de voces masculinas que denotaban forcejeo, un balazo y silencio.

Tomé el brazo del compañero de banco y le dije: "mi papá". Él me miró sorprendido, pero preocupado a la vez. Fui muy categórico. Inmediatamente entra Carmen Leiva a la sala, que era miembro del Centro de Alumnos, con los ojos en lágrima y tirándose los dedos de las manos. Le pedí permiso al profesor para hablar con Manuel Guerrero. Yo me paré de inmediato y le dije: " se llevaron a mi papá". Asintió con la cabeza y se puso llorar.


Todo el articulo en: http://manuelguerrero.blogspot.com/