20 marzo 2008

Irak: sólo aprendemos que nunca aprendemos

Han pasado cinco años y todavía no aprendemos. Con cada aniversario los escalones se desmoronan bajo nuestros pies, las piedras se agrietan más, la arena se vuelve más fina. Cuatro años de catástrofe en Irak y pienso en Churchill, que al final llamó a Palestina un “desastre infernal”.

Pero ya antes nos hemos valido de estos paralelismos y se han dispersado en la brisa del Tigris. Irak está empapado en sangre. Sin embargo, ¿cuál es nuestro estado de contrición? ¡Claro, tendremos una consulta pública, pero todavía no! Ojalá la inadecuación fuera nuestro único pecado.

Hoy estamos empeñados en un debate inútil. ¿Qué salió mal? ¿Cómo fue que los miembros del senado romano de nuestra era no se rebelaron cuando les contaron mentiras sobre armas de destrucción masiva, sobre vínculos de Saddam Hussein con Osama Bin Laden y el 11 de septiembre? ¿Cómo dejamos que ocurriera? ¿Y cómo fue que no previmos lo que vendría después de la guerra?

Sí, claro, los británicos intentamos que los estadunidenses escucharan, nos dice ahora Downing Street. De veras, en serio lo intentamos, antes que supiéramos de manera total y absoluta que era bueno embarcarnos en esta guerra ilegal. Ahora existe vasta literatura sobre la debacle de Irak y existen precedentes de planeación para la posguerra –volveré más tarde sobre esto–, pero no se trata de eso. Nuestro predicamento en Irak está en una escala mucho más terrible.
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