Por: Fidel Castro Ruz
30 de abril de 2007 6:34 pm.
Nada me anima contra Brasil. Para no pocos brasileños, sobre los que no cesan de martillar argumentos en un sentido u otro, capaces de confundir a personas tradicionalmente amigas de Cuba, pareceríamos aguafiestas a los que no les importa perjudicar el ingreso neto de moneda exterior de ese país. Guardar silencio sería para mí optar entre la idea de una tragedia mundial y un supuesto beneficio para el pueblo de esa gran nación.
No voy a culpar a Lula y a los brasileños de las leyes objetivas que han regido la historia de nuestra especie. Apenas han transcurrido siete mil años desde que el ser humano dejó huellas palpables de lo que llegó a ser una civilización inmensamente rica en cultura y conocimientos técnicos. Sus avances no se lograron al mismo tiempo ni en el mismo lugar de la geografía. Puede afirmarse, que debido a la inmensidad aparente de nuestro planeta, en muchos casos se desconocía la existencia de una u otra civilización. Jamás durante miles de años el ser humano vivió en ciudades de veinte millones de habitantes como Sao Paulo o Ciudad México, o en comunidades urbanas como París, Madrid, Berlín y otras que ven transitar trenes sobre rieles y colchones de aire, a velocidades de más de 400 kilómetros por hora.
En la época de Cristóbal Colón, hace apenas 500 años, algunas de esas ciudades no existían o no sobrepasaba su población la cifra de varias decenas de miles de habitantes. Ninguna gastaba un kiloWatt para iluminar sus hogares. Posiblemente la población del mundo no rebasaba entonces los 500 millones de habitantes. Se conoce que en 1830 alcanzó los primeros 1 000 millones, ciento treinta años después se multiplicó por tres, y cuarenta y seis años más tarde la suma de los habitantes del planeta se elevó a 6 500 millones, en su inmensa mayoría pobres, que deben compartir los productos alimenticios con los animales domésticos y de ahora en adelante con los biocombustibles.
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