NADIE PUEDE IGNORAR que la aparición del presidente venezolano en la escena mundial se debe al petróleo. Subrayo en la escena mundial, porque si su nación no estuviera asentada en una de las más grandes reservas del hidrocarburo a nivel planetario, posiblemente sería apenas una anécdota. Un personaje zafio a quien pocos prestarían atención y que, con seguridad, sería más cuidadoso. Y que probablemente ya habría sido derrocado, directamente por marines estadounidenses, por fuerzas internas financiadas por Washington o por esa posmoderna entelequia que son las “fuerzas multinacionales”. Casos así se han dado reiteradamente en América Latina. Para recordar, no hay que ir muy lejos en el tiempo. En el 2004, fue defenestrado Jean Bertand Aristide, en Haití. Un presidente democráticamente electo en 2001, con apoyo norteamericano, pero que luego intentó un acercamiento con Cuba, con la cual restableció relaciones. Y con Venezuela estrechó más los lazos de amistad. Dos pecados capitales que terminaron con Aristide exiliado en la República Centroafricana y con su país invadido por una fuerza conjunta compuesta por soldados de Estados Unidos, Canadá y Francia, a los que luego se unió Chile. Haití es la nación más pobre de Occidente.
Chávez, pues, tiene un algo especial que le ha permitido sobrevivir a tres reelecciones y superar en 2002 un intento de golpe que contó con el beneplácito norteamericano. Amén de una agresiva campaña de medios de comunicación continentales que machacan acerca de reales o supuestas arbitrariedades cometidas por él. Pero como el petróleo es un negocio fabuloso, habrá interesados en que las cosas no sufran variaciones abruptas en Venezuela. Que se sepa, hasta ahora los cambios en las reglas del juego para las empresas petroleras norteamericanas han estado lejos de ser traumáticos. En eso, la Corporación Venezolana de Petróleo (CVP) ha sido cuidadosa. Y ha desempeñado un rol geopolítico de primera magnitud, sin duda.
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