Estos jóvenes que llevan dos semanas actuando con una seriedad y profundidad altamente envidiables, merecen el respeto de todos nosotros. Les dan lo mismo sus diferencias. Hablan y actúan en nombre de algo que andaba escaso por acá y por todas partes: el bien común. Qué orgullo verlos en las distintas ciudades, pueblos, municipios, barrios, hermanados como pocas veces se ve. Así -es casi cierto- lograrán realmente que las alamedas sean libres y podrán recorrerlas con orgullo, contándoles a sus hijos una historia de logros.
En cambio naufragarán otros que no ven más salida que el uso de la censura, la descalificación de ideas y actos, el terror al debate o el uso de la violencia institucional para frenar este mar de inteligencia. Son tantos los que no entienden la diferencia entre una lucha justa y el caos, entre la decencia de llevar manos en alto y caras descubiertas, y la indecencia de escudarse tras un casco o, lo que es peor, tras un cargo que no merecen. Es de esperar, aún, más injusticias. Al parecer esto no va a quitarle valor a este mar de jóvenes. Son savia fresca, sana y sutil.
Leila Gebrim
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